Ambovombe es un distrito sin salida al mar del sur de Madagascar, donde sólo la mitad de los centros sanitarios son accesibles todo el año debido al mal estado de las carreteras y a las dificultades del terreno. E incluso si se pudiera llegar, el coste del transporte es demasiado alto, lo que hace que el 61% de los partos se produzcan fuera de un centro sanitario, según una encuesta de 2018.
“Las condiciones de trabajo no eran fáciles. He recorrido cientos de kilómetros para visitar aldeas aisladas ocultas en la inmensidad de la región de Androy”, afirma la matrona Dally, del Hospital Regional de Referencia de Ambovombe, recordando sus primeros días en la región, que abarca casi 20.000 kilómetros cuadrados. “Algunas parturientas intentan llegar al hospital en carro y el viaje a veces dura un día entero. Esto provoca complicaciones durante los partos, mortinatos y hemorragias e infecciones antes o después del parto”.
Cuando se produjo el COVID-19, aún más pacientes dejaron de acudir a los centros de salud, y el equipo de maternidad de Dally -tres comadronas y algunas voluntarias- se vio aún más reducido.
Si las mujeres y los jóvenes no acudían a ella para ejercer sus derechos en materia de salud reproductiva, Dally tendría que acudir a ellos. Así lo hizo.
Nadie se queda atrás
Durante cinco meses, dos clínicas móviles recorrieron más de 10.000 kilómetros para atender a 59 localidades remotas de siete distritos. Más de 14.000 personas se beneficiaron de consultas prenatales y postnatales, servicios de planificación familiar, detección y tratamiento de infecciones de transmisión sexual (ITS) y sesiones educativas.
Niños, mujeres y hombres con sus cartillas sanitarias [historiales médicos] en la mano estaban ansiosos por aprovechar los servicios disponibles”, dijo Ida, una matrona del equipo hospitalario de otra localidad que acompañó a una clínica móvil a la pequeña aldea de Bekitro. “Todo el mundo estaba contento porque por fin había llegado el momento tan esperado. Nunca olvidaré sus sentimientos de esperanza y alegría expresados a través de sus ojos y rostros, que me motivaron a pesar de las dificultades durante el viaje.”
Agentes comunitarios voluntarios movilizaron al pueblo con megáfonos y altavoces para atraer a la gran multitud. Las clínicas móviles, una iniciativa del Ministerio de Salud Pública en colaboración con el UNFPA y con financiación de Japón, atendieron a todos los que acudieron, en su mayoría mujeres y niñas de entre 15 y 49 años.
Las clínicas también viajaron a la comuna de Beraketa, donde Volana*, de 35 años, fue una de las 2.120 personas tratadas por una ITS. En el sur de Madagascar, las infecciones de transmisión sexual son frecuentes, sobre todo debido a la creencia de que un niño sólo se convierte en hombre después de contraer una.
“Estaba tan avergonzada de mi enfermedad que tenía miedo de ir al médico y no tenía dinero para tratarme”, cuenta Volana. “Gracias a esta clínica móvil, recibí la atención y la medicación necesarias de forma gratuita. Con gran alegría me libraré por fin de esta carga”.