La pandemia de COVID-19 ha cogido a gran parte del mundo por sorpresa. Con más de 4 700 000 infecciones hasta la fecha en 188 países y más de 310 000 muertes en todo el mundo en el transcurso de sólo 5 meses, no estábamos preparados. Aunque la atención se ha centrado, y con razón, en la prestación de una asistencia sanitaria adecuada a los enfermos por el virus y en la búsqueda de una cura o vacuna, debemos ser conscientes de que en el trasfondo se ciernen los problemas sanitarios habituales a los que millones de personas se enfrentan cada día, y que no desaparecerán durante la pandemia.
Peor aún es darse cuenta de que esos problemas de salud no sólo no desaparecerán, sino que probablemente se agravarán por la falta de atención que les estamos prestando: enfermedades rutinarias de la infancia que requieren inmunización para su prevención; el tratamiento y la prevención de la malaria; la desnutrición; el VIH; la tuberculosis; las enfermedades crónicas; y la morbilidad y mortalidad maternas, por nombrar sólo algunas. La pregunta es qué podemos hacer, si es que podemos hacer algo, para garantizar que el legado de esta enfermedad sean sólo sus muertes directas y no todas las demás muertes adicionales asociadas al aumento de la carga de nuestros sistemas sanitarios.