En un momento en el que la financiación de la salud mundial parece reducirse -y otras partidas de nuestro presupuesto nacional parecen aumentar cada vez más-, tengo que pararme a reflexionar sobre cómo podrían gastarse los limitados recursos destinados a la salud mundial para tener el mayor impacto posible. No cabe duda de que muchas personas que trabajan en salud mundial están pasando por el mismo proceso de examen de conciencia, ya que cada uno de nosotros piensa en cómo pueden utilizarse los limitados recursos no sólo para mejorar la salud, sino también para contribuir al bienestar y el desarrollo de los pobres del mundo.
Trabajando en el campo de la planificación familiar, me convertí en una “activista accidental”, cada vez más convencida de que las inversiones en planificación familiar son fundamentales para ayudar a las personas y a los países a alcanzar su potencial. Durante muchos años se ha hablado de la planificación familiar como “la mejor compra”, y cuando empecé a analizar las pruebas, encontré resultados increíbles. Hasta que empecé a ver este tipo de pruebas, pensaba que invertir en salud era lo correcto, para que la gente pudiera llevar una vida productiva y satisfactoria. Pero al ver los beneficios que se derivan de invertir en planificación familiar en relación con el coste de la prestación de servicios, empecé a verlo como algo que tiene grandes beneficios económicos, además de ser lo correcto para mejorar la vida de las mujeres, los niños, las familias y las naciones.